La Divina Pastora
María, guía de almas, consuelo de ovejas heridas.

Con una belleza serena y maternal, esta imagen de la Divina Pastora de las almas nos recuerda que la Virgen María no es sólo Reina del cielo, sino cuidadora humilde del rebaño de su Hijo.
Aquí no vemos a una Señora lejana y triunfante, sino a una madre vestida de pastora, cercana al campo, al pueblo, al alma sencilla que la busca entre lágrimas y esperanzas.
Lectura artística
La imagen, de gran riqueza visual y simbólica, muestra a María sentada entre nubes doradas, rodeada de querubines y flores, con un vestido de tonos claros cubierto por un manto azul intenso.
Su rostro sereno y joven, con mejillas sonrosadas y mirada compasiva, transmite la dulzura propia de quien vela por cada alma como si fuera única.
La oveja blanca que se levanta hacia ella —uno de los elementos más distintivos de esta advocación— simboliza al fiel que ha escuchado la voz de su pastora y busca abrigo en su regazo.
María sostiene con delicadeza el báculo del pastor y un haz de espigas, símbolo de alimento espiritual y de la cosecha que Dios confía a su cuidado.
El sombrero de ala ancha, propio del atuendo de las pastoras de la época, recuerda que esta Reina se ha vestido con humildad para descender hasta nuestro mundo.
El fondo, engalanado con flores y motivos campestres, envuelve la escena con un aire de alegría primaveral y celebración del alma redimida.
Significado devocional
Para las hermanas capuchinas, la Divina Pastora es modelo y refugio: mujer que guía, consuela, reúne, y no se cansa de buscar a quien se ha perdido. Ella no impone, llama por el nombre. No se impacienta, espera. No juzga, recoge en silencio al que regresa con el corazón roto.
Esta advocación, nacida en el siglo XVIII en el corazón del mundo franciscano, tiene una resonancia especial en los claustros.
Porque el claustro es también un prado cerrado, un espacio donde el alma se deja pastorear por María hacia su Hijo.
Y esta imagen, con su ternura inconfundible, nos recuerda que no estamos solos, que el amor de la Madre va delante, abre camino, y vela por nosotros incluso cuando no lo percibimos.
Aquí, en esta imagen, María no parece pedir nada… solo invita a confiar. Y eso basta.