San Antón
San Antón: el fuego del espíritu en manos del santo

Esta escultura de San Antonio Abad, también conocido como San Antón, se presenta ante el espectador con la solemnidad serena de quien ha abrazado el Evangelio con radicalidad y dulzura.
La talla, de gran presencia vertical y factura tradicional, rinde homenaje al santo eremita que da nombre al convento, y nos invita a contemplar la vida como ofrenda silenciosa y luminosa.
Lectura artística
La figura, de proporciones robustas y gesto contenido, transmite la dignidad de los padres del desierto.
La policromía de la túnica, rica en reflejos dorados y motivos vegetales, recrea con minuciosidad el tejido monacal, elevando lo sencillo a lo sagrado.
El rostro, inclinado hacia el fiel, refleja sabiduría, compasión y recogimiento, con una barba larga y esculpida que simboliza el tiempo y la madurez espiritual.
En su mano derecha sostiene una llama de fuego: símbolo ambivalente que remite tanto al fuego de la tentación (prueba que el santo supo resistir en el desierto), como al fuego del Espíritu, que arde sin consumir y purifica el corazón del creyente.
El bastón en su mano izquierda, rematado en forma de tau, recuerda su vida de peregrino, de asceta en camino hacia Dios.
Significado devocional
San Antón es, para los monjes y monjas de vida contemplativa, un modelo de oración perseverante, de austeridad sin resentimiento, y de soledad habitada por Dios. Su imagen aquí no impone, invita.
No domina el espacio, lo consagra. Parece detenerse a escuchar, a orar con nosotros, a ofrecernos su fuego —el fuego de la fe— para que no se apague en nuestros días.
Desde hace siglos, este santo ha sido protector de los animales, guía de los enfermos y padre de los anacoretas.
Que su presencia en el convento de San Antón no sea solo memoria, sino fuente viva de inspiración para quienes lo veneran: una llamada a vivir con menos, a orar con más hondura, y a caminar hacia Dios como él lo hizo: con humildad, firmeza y amor ardiente.