San José
El custodio del Verbo y el silencio que abraza.

Esta escultura de San José no sólo conmueve por su belleza técnica, sino por la profundidad de la ternura que transmite.
El santo aparece representado en un gesto de absoluta intimidad: abrazando al Niño Jesús, no como un símbolo, sino como a un hijo que ama, protege y contempla.
Es una imagen que revela lo que los evangelios callan: la humanidad luminosa del padre adoptivo de Cristo.
Lectura artística
La talla, de factura barroca, destaca por su minucioso trabajo en los ropajes: un manto rojo de gran dinamismo y una túnica de brocado con motivos vegetales en dorado, reflejo de la nobleza espiritual que la tradición ha reconocido en José.
Su rostro inclinado y su mirada profunda dialogan directamente con los ojos del Niño, estableciendo un eje de amor que atraviesa la imagen y alcanza al espectador.
El Niño, vestido con túnica clara y portando una pequeña corona, levanta el rostro con confianza, como si descansara en el lugar más seguro del mundo: los brazos de su padre.
Las manos del santo, grandes y fuertes, parecen hechas para sostener no sólo un cuerpo pequeño, sino también los designios de Dios.
Significado devocional
San José, silencioso en los evangelios, se vuelve elocuente en esta imagen. No predica, no actúa con protagonismo... simplemente cuida.
Y eso es todo un evangelio para la vida religiosa: cuidar a Cristo en lo cotidiano, en lo pequeño, en el silencio, en la obediencia.
Para las hermanas capuchinas, San José no es sólo patrono, sino modelo de humildad activa: trabajador incansable, corazón casto, alma obediente.
Su figura paternal acompaña la vida del convento con su discreta firmeza y su oración sin palabras.
Él enseña que el amor verdadero no se impone, se ofrece. Y que en los brazos de quien ama con pureza, Dios se deja abrazar.