Nuestra Señora de la Candelaria

La luz que guía en el silencio del claustro

Nuestra Señora de la Candelaria

Rodeada de flores y enmarcada por una atmósfera de pureza y dulzura, esta imagen de la Virgen de la Candelaria irradia una ternura celestial que trasciende lo escultórico para tocar el alma del espectador.
Coronada como Reina, y al mismo tiempo madre cercana, su presencia en el convento es luz que acompaña, llama que no abrasa, claridad que sostiene.

Lectura artística
La talla se presenta con una exquisita atención al detalle: el vestido blanco con bordados dorados habla de la realeza espiritual de María y de su papel como templo inmaculado donde habita la Luz verdadera.
El Niño Jesús, también vestido de blanco, es sostenido con delicadeza maternal, mientras ambos portan rosarios que invitan a la contemplación.

La Virgen se alza sobre una media luna plateada con estrellas, símbolo apocalíptico que la identifica como la Mujer revestida de sol (Ap 12,1), victoriosa sobre la oscuridad.
La corona, sobria y de plata repujada, resalta su dignidad, mientras la decoración floral —con profusión de rosas, dalias y flores silvestres— enmarca su figura con una poesía visual que evoca el jardín del Edén restaurado en María.

Significado devocional
Esta advocación —la Candelaria— nos remite a la presentación del Niño en el templo, y al gesto humilde de María ofreciendo a Dios lo que más ama.
En esa escena evangélica, el anciano Simeón reconoce en el Niño “la luz para alumbrar a las naciones”. Por eso María aparece aquí como portadora de la Luz, y su imagen cobra especial sentido en la vida contemplativa: ella es la guía en el caminar interior, la que ilumina los senderos del alma hacia su Esposo.

Las hermanas capuchinas encuentran en la Virgen de la Candelaria una compañera silenciosa, que enseña a ofrecerlo todo, a confiar en medio de la noche, y a sostener la llama de la fe cuando el mundo se apaga. Su presencia en el convento es también intercesión, ternura maternal y custodia constante.

Esta imagen no sólo se venera: se escucha, se contempla, se ama. Porque donde está María, está la paz. Y donde brilla su candela, ninguna noche es del todo oscura.

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