Un susurro del Espíritu en tierra nueva

Cuando la vocación femenina cruzó el Atlántico.
Serie Fundación de las Clarisas Capuchinas en México (1)

Un susurro del Espíritu en tierra nueva


A comienzos del siglo XVIII, en pleno corazón de la Nueva España, las calles polvorientas de la Ciudad de México bullían con el pulso de una sociedad mestiza: virreyes y nobles convivían con comerciantes, indígenas evangelizados, esclavos negros y criollos nacidos en tierra americana. La Iglesia tenía un papel protagónico en la vida cotidiana: misas, procesiones, sermones, catequesis, obras de caridad y, sobre todo, el latido silencioso de los conventos que daban forma espiritual al alma de las ciudades.

En ese contexto —tan rico como desigualel Espíritu Santo suscitó un deseo nuevo: fundar un monasterio de Clarisas Capuchinas, una rama reformada y profundamente contemplativa de las Hijas de santa Clara. No se trataba simplemente de abrir otra casa religiosa, sino de traer a América un estilo de vida evangélico riguroso, inspirado en la pobreza absoluta, el silencio radical, la oración constante y la comunión fraterna. Una vida escondida, sí, pero poderosa. Una vida que sostiene el mundo desde el claustro.

Un deseo que nace en el Viejo Mundo
La idea de fundar una comunidad capuchina en México no surgió de forma improvisada. Había madurado durante años en los corazones de algunas religiosas españolas, especialmente en la Provincia Capuchina de Castilla, donde florecían monasterios fieles al carisma de Clara y Francisco. La corriente reformista capuchina —nacida en Italia en 1535— había logrado recuperar la radicalidad evangélica de las primeras comunidades franciscanas. Las capuchinas vivían en conventos sobrios, sostenidas por el trabajo de sus manos y por la limosna, sin rentas ni privilegios. Y su estilo de vida, profundamente evangélico, atraía vocaciones con sed de autenticidad.

La idea de llevar este carisma a América fue vista como una prolongación natural de la misión de la Iglesia: si el Evangelio debía anunciarse en todos los rincones, ¿por qué no también el testimonio contemplativo? ¿Por qué no plantar en tierra mexicana un claustro de oración perpetua, de intercesión silenciosa, de ofrenda constante por los pecadores y por la Iglesia?

La Iglesia en América necesitaba mujeres como ellas
En la Nueva España había ya monasterios de religiosas de diversas órdenes: Carmelitas, Concepcionistas, Dominicas, Jerónimas… Pero faltaba esa forma específica de vida que ofrecían las Capuchinas: una pobreza aún más estricta, una vida más oculta, una liturgia más sobria, un testimonio más silencioso. Eran mujeres que no buscaban destacar, sino desaparecer. Mujeres que deseaban vivir sin otro espejo que el del Evangelio.

Además, en un contexto como el virreinal —marcado por la desigualdad económica y social— las Capuchinas ofrecían algo revolucionario: la posibilidad de consagrarse a Dios sin necesidad de aportar una dote cuantiosa, como solía exigirse para entrar en otros conventos. Esto abría una puerta inesperada a jóvenes de familias modestas, a criollas con vocación, a hijas de mercaderes, o incluso a indígenas evangelizadas. La vida capuchina democratizaba el acceso a la santidad, y eso —en el lenguaje del Espíritu— es siempre una revolución.

El comienzo de una historia que cambia vidas
Este primer susurro del Espíritu, tímido pero constante, comenzaría a cristalizar en los años siguientes gracias a la colaboración de religiosas, eclesiásticos, autoridades civiles y laicos comprometidos. Nombres como doña Josefa de Armendáriz, bienhechora clave en la fundación, o los propios virreyes de la época, comenzaron a entretejer las condiciones necesarias para que aquel sueño llegara a realizarse.

Aun faltaban viajes, cartas, permisos, bulas papales, e incluso travesías marítimas que pondrían a prueba la fe de las fundadoras. Pero ya el soplo de Dios se había puesto en marcha. Como la semilla en la tierra, lo invisible comenzaba a germinar.

Porque cuando Dios quiere levantar un convento, no necesita riquezas ni poder. Le basta con unas cuantas mujeres dispuestas a decir sí.

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