María Lorenza Longo

María Lorenza LongoUna mujer herida, sanada por la gracia, y fundadora del amor.

María Lorenza Longo

En la historia de la Iglesia, hay figuras que —sin alzar la voz— dejan una huella indeleble.
María Lorenza Longo es una de esas almas marcadas por el sufrimiento y transformadas por la gracia, cuya vida se convirtió en un torrente de misericordia para los más olvidados.

De la nobleza al dolor
Originaria de Cataluña, María Lorenza llevó durante años el apellido de su esposo, Juan Longo, noble napolitano.
Desde joven fue reconocida por su prudencia, su virtud y su capacidad para dirigir con sabiduría su casa.
Sin embargo, el curso de su vida cambió bruscamente a raíz de un hecho dramático: una de sus doncellas, movida por celos o resentimiento, intentó envenenarla.

Durante una fiesta, María pidió agua. Lo que recibió fue un vaso con veneno. Aquel acto no la mató, pero la dejó paralizada, sometida a una larga enfermedad para la cual no hallaba remedio.
Fue entonces cuando, movida por la fe, peregrinó al Santuario de Loreto, en Italia. Durante la Misa, mientras se proclamaba el Evangelio, experimentó una curación milagrosa. Aquello que el veneno había destruido, la gracia lo restauró. Y con ello, comenzó una nueva vida.

El amor que se hace hospital
María Lorenza descubrió que la curación recibida no era para su propio bienestar, sino para ser canal de sanación para otros.
Inspirada por el espíritu del Oratorio del Divino Amor, al que pertenecía, y en contacto con frailes capuchinos animados por una renovada espiritualidad franciscana, se sintió llamada a vivir la caridad de forma radical.

Así nació una de sus obras más impactantes: el Hospital de los Incurables de Nápoles, un lugar que no sólo ofrecía cuidados físicos, sino también dignidad, consuelo espiritual y una mirada de amor a los desahuciados.
Fundar esta institución no fue fácil: María fue perseguida durante dos años, amenazada incluso de muerte por ser extranjera. Pero su determinación era inquebrantable. Una mañana, mientras se dirigía a Misa, sintió una voz interior que la interpelaba:

—¿Amabas a tu marido? —Sí, por supuesto.
—¿Y a tus hijos? —Claro que sí.
—Entonces, ¿por qué no me amas a mí, que te he dado tanto?

Aquella experiencia mística la impulsó a no abandonar jamás su misión. Era Dios quien la sostenía. Y ella no pensaba fallarle.

Madre de las Capuchinas
La vida de María Lorenza Longo no se detuvo en la obra hospitalaria.
Su alma inquieta por la renovación de la Iglesia encontró eco en otra mujer: María Carafa, con quien compartía el deseo de volver a las fuentes de la vida consagrada.
Ambas, unidas por el fuego franciscano, impulsaron la fundación de una comunidad femenina reformada: las Hermanas Clarisas Capuchinas.

Fue María Lorenza quien abrió las puertas de Nápoles a los primeros frailes capuchinos, proporcionándoles una casa en San Efrén y apoyándolos en sus inicios. Y fue también ella quien, con sabiduría espiritual y fuerza interior, acompañó a las primeras hermanas Capuchinas en la vivencia del claustro, la oración, la pobreza y la entrega.

Un final ofrecido
Los últimos años de su vida transcurrieron en el silencio del monasterio, formando a sus hijas espirituales, mientras seguía atenta a las necesidades del hospital. Pero incluso en el ocaso de su existencia, la prueba no le fue ajena. Preocupada por el futuro de los frailes capuchinos, que atravesaban dificultades en Nápoles, ofreció su vida por ellos.

María Lorenza Longo murió como había vivido: entregada, silenciosa y profundamente unida a Dios.
Su herencia no es sólo un hospital ni una fundación religiosa, sino una forma de amar con radicalidad evangélica. Su nombre brilla, no por títulos nobiliarios, sino porque supo transformar su dolor en amor y su vida en hogar para los pobres.

 

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